Amistad y muerte en solo 24 horas
Almendralejo en 1985 ·
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Almendralejo en 1985 ·
Un encuentro en un bar provocó una secuencia de hechos que terminaron con un asesinato por una deuda de 7.500 pesetasEl 26 de marzo empiezan a unirse los hilos de esa trama nefasta que, como en 'Crónica de una muerte anunciada' de García Márquez, llevarían ... inevitablemente a la muerte de A. A». Esta reflexión se publicó en HOY en relación a un caso que sumó amistad y asesinato en solo 24 horas.
El suceso ocurrió el 27 de marzo de 1985 en Almendralejo. A las diez y media de la noche un matrimonio de personas mayores estaba llegando a su casa, cerca del estadio municipal Francisco de la Hera, cuando escuchó un tiro, y poco después otro. Salieron de nuevo a la calle y se encontraron a A.A., un joven de la localidad. Estaba de rodillas y ensangrentado. Al acercarse comprobaron que tenía dos grandes agujeros, uno en el abdomen y otro en el pecho. Acudió la policía y lo llevaron a la Casa de Socorro, pero ingresó cadáver.
Todos los hechos que llevaron a este final comenzaron 24 horas antes en un bar de Almendralejo. Allí estaba A. A. Tenía 21 años, estaba soltero y era albañil de profesión. Según revelaron sus conocidos en el juicio, era aficionado al hachís, una sustancia con la que también traficaba.
Por casualidad coincidió en el local con C. H., otro hombre nacido en Almendralejo, de 26 años, que sin embargo residía en Bilbao. Se conocieron porque el que vivía fuera le pidió fuego al más joven y comenzaron a hablar.
En apenas unas horas eran íntimos. Tanto que A. A. le pidió dinero prestado a su nuevo amigo. C. H. le dejó 7.500 pesetas (45 euros). La idea era invertir el dinero en hachís, vender la droga y devolver el préstamo al que podría sacarle rendimiento en poco tiempo. «Le dejé el dinero porque me caía bien y me pareció un buen chaval», dijo posteriormente.
Según confesó posteriormente, C. H. había logrado el dinero en un robo. Le quitó 80.000 pesetas (480 euros) y una escopeta de cañones recortados a un hombre de Bilbao. Luego viajó con el botín a su pueblo natal.
Los investigadores sospechaban que el motivo del viaje no era solo estar de vacaciones. Una de las hipótesis indicaba que C.H. podría estar planeando el atraco a una entidad bancaria de una localidad cercana, pero no se pudo demostrar. El sospechoso mantuvo que había llevado la escopeta a Almendralejo «para pegar unos tiros en el campo». Los guardias lo negaron porque el arma recortada no estaba indicada para usarla en la caza.
En cualquier caso los caminos de ambos jóvenes se cruzaron en un bar y se unieron por una deuda de 7.500 pesetas el 26 de marzo del 85.
Al día siguiente todo cambio. C. H. cambió de opinión y quiso recuperar su dinero. Alegó que debía volver al País Vasco y que necesitaba sus fondos. Según este hombre, al pedírselo, A. A. «se hizo el desentendido y yo me enfurecí un poco».
Durante ese miércoles 27 de marzo hubo varios roces entre ambos jóvenes, uno de ellos una discusión en un bar de Almedralejo. En el juicio posterior C. H. aseguró que tenía miedo de A. A,porque era más alto y corpulento que él y estaba acompañado de otros amigos. Es la razón que esgrimió para acudir al dueño del local y pedirle un cuchillo. Este no se lo dio.
Finalmente C. H. se fue a la casa de su abuelo en la calle Fray Alonso Cabrera, cerca del estadio de fútbol. Poco después A. A. acudió al mismo domicilio, al parecer con la intención de calmar a su nuevo amigo.
C. H. le invitó a hablar en la calle para no molestar a su abuelo, pero antes de alejarse de la casa, entró con el pretexto de coger tabaco. En realidad recogió la escopeta recortada, la metió en una bolsa de plástico y se la colgó en la espalda, debajo de la chaqueta, para que no se le viese.
Ambos hombres caminaron hasta un descampado cercano. Una vez allí, según C. H. su amigo le agredió, «me pegó dos o tres guantazos», afirmó en el juicio. Ante esto decidió sacar el arma y disparó sin sacarla de la bolsa de plástico a un metro de distancia de A. A. Uno de los disparos alcanzó el pecho y el otro el abdomen a la altura del hígado. Según la autopsias posterior, ambos fueron mortales de necesidad.
Tras los disparos el homicida huyó. Escondió la escopeta en unos arbustos a 100 metros del lugar del crimen y se refugió en un bar. Allí lo localizó la Guardia Civil, ante los que confesó y a los que llevó al lugar donde había escondido el arma.
Dos años después, en el juicio, relató los hechos con tranquilidad. El Fiscal consideró que lo ocurrido era un asesinato con alevosía. El Ministerio Fiscal mantuvo que C. H. decidió vengarse de la ofensa por no devolverle el dinero y lo hizo «de forma súbita, inopinada, disparando sobre su víctima sin darle oportunidad de defenderse». Además añadió un delito contra la salud pública por el plan para traficar con hachís y otro por tenencia ilícita de armas. En total solicitó 31 años de condena.
Por su parte la acusación particular elevó la petición a 40 años de reclusión al considerar que había premeditación, nocturnidad y ensañamiento porque el segundo disparo fue «con intención de matar, como un delincuente profesional». La defensa, sin embargo, solicitó 12 años al mantener que fue para protegerse, por miedo.
Finalmente C. H fue condenado a 28 años de cárcel.
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