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El apagón ibérico del 28 de abril evidenció nuestra absoluta dependencia eléctrica y vulnerabilidad. Durante unas horas, padecimos lo que es vivir sin luz, algo ... extraordinario para quienes tenemos la dicha de residir por estos lares, pero cotidiano para quienes subsisten en latitudes meridionales o son víctimas de guerras como en Gaza, como nos recordaba Javier Figueiredo atinadamente en su artículo publicado el miércoles en HOY.
Se da así la paradoja de que la electricidad es a la vez el punto fuerte y débil de economías avanzadas como la nuestra. Sin embargo, demuestran pocas luces u oscuros intereses quienes han aprovechado este incidente para demonizar las renovables, en especial las fotovoltaicas, señaladas por Red Eléctrica como origen del colapso. El problema de fondo no está en que tengamos más o menos renovables, nucleares o fósiles, sino en empeñarnos en sostener un sistema insostenible que sigue atrapado en la lógica capitalista, como avisa Antonio Turiel.
Este científico, especializado en recursos energéticos, explica en el libro 'El futuro de Europa. Cómo decrecer para una reindustrialización urgente' que «no se está produciendo ninguna transición energética, sino sencillamente una mera acumulación de todos los medios de producción de energía disponibles. Nada se sustituye o se desecha de manera neta, solo se quita lo que llega al final de su vida útil, pero enseguida es reemplazado por sistemas equivalentes». Así, la UE no ha puesto en marcha una transición ecológica, sino que, sobre todo tras la invasión rusa de Ucrania, trata de responder a sus necesidades energéticas diversificando sus fuentes al agotarse el petróleo, el gas y el uranio. Para muestra, un botón: 2023 fue el año en el que más combustibles fósiles se quemaron y en el que más potencia renovable se instaló.
Por tanto, Turiel recalca en una entrevista en 'Filosfía&Co' que «es obvio que no hay una intención real de cambiar el modelo». Pero este, alerta, está alcanzando «un punto de autodestrucción inevitable» en el que «la búsqueda obsesiva del crecimiento genera pérdidas, especialmente cuando la energía comienza a escasear». Por eso, ve necesario que los europeos entendamos que debemos hacer «un cambio muy profundo por nuestro propio bien, porque si no nos estrellaremos». Con este fin, llama a nacionalizar o controlar este sector, porque «la energía no puede ser algo sometido a los dictados de un mercado».
Con todo, acaso la mayor lección que nos da el apagón no sea económica ni ecológica, sino moral. Al mismo reaccionamos con civismo y hasta humor, pero me temo que, si se hubiera alargado en el tiempo, nuestra crispación habría ido en aumento, como durante la pandemia. Como plasman 'La peste' de Albert Camus o 'Ensayo sobre la ceguera' de José Saramago, la solidaridad inicial suele dar paso a la lucha por la supervivencia en situaciones de crisis a medida que estas se dilatan y las autoridades van limitando las libertades. Aunque, como reflejan dichas obras, también surgen héroes altruistas anónimos y la solidaridad puede ser igual de contagiosa que el egoísmo.
No obstante, Camus se muestra más optimista sobre la condición humana que Saramago. El francés defiende en 'La peste' que «en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio». El portugués, en cambio, acaba su 'Ensayo…' con un frase lapidaria que suena a advertencia en estos tiempos oscuros: «Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven». En fin, el apagón más preocupante hoy en día es el de nuestra conciencia.
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